Video: Indira: El rugido que se apagó en Cali

Comunicación XXI
19.08.25 10:40 AM Comentario(s)

Información oficial señala que no murió por las heridas, sino por un paro cardio respiratorio mientras recibía atención médica

El sol de la tarde bañaba los senderos del Zoológico de Cali cuando el silencio fue roto por un rugido desgarrador. No era el llamado habitual de Indira, la majestuosa tigresa blanca que durante casi dos décadas había sido emblema del recinto. Era un grito de dolor, de lucha, de despedida.


Indira había compartido su espacio con Kanú, su hijo de tres años, desde su nacimiento. Lo había criado, lo había protegido. Pero ese sábado, en un giro brutal de la naturaleza, el vínculo se rompió. Frente a decenas de visitantes —familias, niños, amantes de la fauna— se desató una pelea territorial entre madre e hijo.


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Los rugidos se volvieron gritos, y los gritos, lamentos. Kanú, impulsado por instintos que ni el cautiverio pudo domar, sometió a su madre en una escena que dejó a todos paralizados.


Los celulares grabaron lo que los corazones no podían procesar. El video se viralizó, no por morbo, sino por la incredulidad de presenciar cómo la vida se desmorona en segundos.


Los cuidadores actuaron con rapidez, sedaron a Kanú, intentaron salvar a Indira, a quien, según información oficial del zoológico, tenía heridas profundas, pero no comprometían su vida. Pero su cuerpo, ya envejecido, no resistió. Luego de reaccionar a la anestecia y empezar a despertar, un paro cardiorrespiratorio cerró su historia.


El Zoológico emitió un comunicado lleno de pesar: “Indira falleció tras un incidente con su hijo Kanú, con quien compartió recinto por más de 12 años. A pesar de la atención inmediata y los esfuerzos médicos, su corazón dejó de latir, cerrando un ciclo de vida lleno de enseñanzas y memorias”.


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Indira no era solo un tigre. Era una presencia, una mirada profunda que conectaba con quienes la visitaban. Su muerte dejó un vacío que no se llena con comunicados ni explicaciones. Dejó preguntas sobre convivencia animal, sobre protocolos, sobre el límite entre lo salvaje y lo domesticado.


Pero también dejó una lección: que incluso en los espacios más controlados, la naturaleza sigue siendo impredecible. Que el amor, la crianza, la convivencia no siempre pueden contener los impulsos más primitivos. Y que el duelo por una tigresa puede ser tan profundo como el que se siente por un ser querido.


Hoy, en Cali, el rugido de Indira ya no se escucha. Pero su historia sigue viva, en cada visitante que la vio, en cada cuidador que la amó, y en cada lágrima que se derramó al ver cómo la vida se apaga, incluso entre los dientes de quien alguna vez fue hijo.